Entonces Jesús les dijo: «Ustedes tratan de aparecer delante de los demás como personas muy honestas, pero Dios los conoce muy bien. Lo que la mayoría de la gente considera de mucho valor, para Dios no vale nada.
Si Dios lo hubiera aceptado por todo lo que hizo, entonces podría sentirse orgulloso ante nosotros. Pero ante Dios no podía sentirse orgulloso de nada.
Trátenlos como si fueran israelitas, y ámenlos como si fueran ustedes mismos, pues también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Dios de Israel.
No comprenden que solo Dios nos puede declarar inocentes. Por eso han tratado de hacer algo para que Dios los acepte. En realidad, han rechazado la manera en que Dios quiere aceptarlos.
Jesús terminó el relato y le dijo al maestro de la Ley: —A ver, dime. De los tres hombres que pasaron por el camino, ¿cuál fue el prójimo del que fue maltratado por los ladrones?
Pero un joven llamado Elihú se enojó mucho con Job porque insistía en que era inocente, y que Dios era injusto con él. Elihú era hijo de Baraquel, y nieto de Buz, de la familia de Ram.
Después, Jesús llamó a sus discípulos y a la gente, y les dijo: «Si ustedes quieren ser mis discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia voluntad. Tienen que estar dispuestos a morir en una cruz y a hacer lo que yo les diga.