Salomón le presentó a Dios una gran cantidad de toros y ovejas, como una ofrenda de paz. Así fue como el rey y todo el pueblo de Israel le dedicaron el templo a Dios.
Pero los maestros de la Ley que habían llegado de Jerusalén decían: «Este hombre tiene a Beelzebú, el jefe de los demonios. Solo por el poder que Beelzebú le da, puede expulsarlos.»