Entonces Ana dedicó a Dios este canto: «Dios me ha hecho muy feliz, Dios me ha dado muchas fuerzas. Puedo taparles la boca a mis enemigos; y estoy feliz porque Dios me ha salvado.
5 (6) ¡Lanzaremos gritos de alegría cuando Dios te conceda la victoria, y alabando a nuestro Dios haremos ondear las banderas! ¡Que Dios te conceda todo lo que pidas!
Los verdaderos circuncidados somos nosotros, los que guiados por el Espíritu adoramos a Dios y estamos orgullosos de pertenecer a Jesucristo. Nosotros no creemos que podamos hacer nada para salvarnos. Si la salvación dependiera de la circuncisión, yo podría sentirme más orgulloso que cualquiera:
Entonces Moisés y los israelitas cantaron en honor de Dios este himno: «Voy a cantar en honor de mi Dios, pues ha tenido una gran victoria: ¡hundió en el mar caballos y jinetes!
2 (3) Tú eres para mí la roca que me da refugio; ¡tú me cuidas y me libras! Me proteges como un escudo, y me salvas con tu poder. ¡Tú eres mi más alto escondite!
»¡Alégrense ustedes los santos, que viven en el cielo, pues Dios ha destruido a la gran ciudad! ¡Alégrense ustedes los apóstoles, y ustedes los profetas, pues Dios ha castigado a Babilonia por todo el mal que les hizo!»
Los ejércitos de tus hijos, Efraín y Manasés, son fuertes y poderosos como los toros y los búfalos. ¡Con sus lanzas destruirán aun a sus enemigos más lejanos!»
Como Ana no tenía hijos, Peniná se burlaba de ella. Tanto la molestaba que Ana lloraba mucho y ni comer quería. Todos los años, cuando iban al santuario, Peniná la trataba así.
Y como Dios les había dado una gran alegría por la derrota de sus enemigos, todos los hombres de Judá y de Jerusalén regresaron muy felices a Jerusalén, bajo el mando de Josafat.