Era el día antes de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que ya era hora de dejar este mundo y regresar al Padre. Mientras estuvo en el mundo, siempre amó a sus seguidores pero en esta ocasión mostró su amor al máximo.
Jesús dijo esto mientras enseñaba en el área del templo, cerca del lugar donde la gente deja sus ofrendas. Pero nadie lo arrestó, porque su hora aun no había llegado.
Entonces David les dijo: —¿Qué debo hacer con ustedes, hijos de Sarvia? ¿Por qué quieres matar a este hombre por mí? ¡Hoy no se matará a nadie en Israel! ¡Soy nuevamente rey de Israel!
Pero el rey le contestó: —Hijos de Sarvia, ¿Es que no tienen nada que hacer? ¿Qué pasa si Simí me maldice por orden del SEÑOR? ¿Quién le va a decir que no lo haga?
Jesús le preguntó: —Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas? Ella creyó que era el jardinero y le dijo: —Señor, si usted lo sacó del sepulcro, dígame dónde lo puso y yo iré por él.
Él dijo de su papá y de su mamá: “No los conozco”. Él no reconocía a sus hermanos e ignoró a sus hijos. Pero ellos obedecieron tu palabra y mantuvieron tu pacto.
Por eso, desde este momento, no vemos a los demás como lo hace todo el mundo. Es cierto que en el pasado veíamos a Cristo de esa manera, pero ahora no lo vemos como un hombre cualquiera.