Pero Moisés y Aarón se postraron rostro en tierra, y exclamaron: ―Señor, Dios de toda la humanidad: un solo hombre ha pecado, ¿y vas tú a enojarte con todos ellos?
Esta profecía es la palabra del Señor con respecto a Israel. Afirma el Señor, que extendió los cielos, que echó los cimientos de la tierra, y que puso en el hombre aliento de vida:
Después de todo, aunque nuestros padres humanos nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de los espíritus, para que vivamos?
Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos.
David, al ver que el ángel destruía a la gente, oró al Señor: «¿Qué culpa tienen estas ovejas? ¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el que ha hecho mal! ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia!»
Abraham volvió a decir: ―No se enoje mi Señor, pero permítame hablar una vez más. Tal vez se encuentren solo diez… ―Aun por esos diez no la destruiré —respondió el Señor por última vez.
Una vez más, la ira del Señor se encendió contra Israel, así que el Señor incitó a David contra el pueblo al decirle: «Haz un censo de Israel y de Judá».
»Si el que peca es el sacerdote ungido, haciendo con ello culpable al pueblo, deberá ofrecer al Señor, como sacrificio expiatorio por su pecado, un novillo sin defecto.
Luego Moisés les dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar: «No andéis vosotros con el pelo despeinado, ni os rasguéis los vestidos. Así no moriréis vosotros ni se irritará el Señor contra toda la comunidad. Vuestros hermanos israelitas harán duelo por el incendio que produjo el Señor,
Pero en secreto el rey Sedequías le hizo este juramento a Jeremías: ―¡Te juro por el Señor, que nos ha dado esta vida, que no te mataré ni te entregaré en manos de estos hombres que atentan contra tu vida!