Si este es el trato que vas a darme, ¡me harás un favor si me quitas la vida! ¡Así me veré libre de mi desgracia!
Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo!
¿Por qué tuve que salir del vientre solo para ver problemas y aflicción, y para terminar mis días en vergüenza?
y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto, y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, Señor! —protestó—. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados».
El Señor te ha levantado el castigo, ha puesto en retirada a tus enemigos. El Señor, rey de Israel, está en medio de ti: nunca más temerás mal alguno.
Sin embargo, yo te ruego que les perdones su pecado. Pero, si no vas a perdonarlos, ¡bórrame del libro que has escrito!
Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que seáis perfectos e íntegros, sin que os falte nada.
¿Por qué no cesa mi dolor? ¿Por qué es incurable mi herida? ¿Por qué se resiste a sanar? ¿Serás para mí un torrente engañoso de aguas no confiables?
¡Preferiría que me estrangularan a seguir viviendo en este cuerpo!