Les dijo: «Había en cierto pueblo un juez que no tenía temor de Dios ni consideración por nadie.
Durante algún tiempo él se negó, pero por fin concluyó: “Aunque no temo a Dios ni tengo consideración por nadie,
El justo se ocupa de la causa del desvalido; el malvado ni sabe de qué se trata.
Los caminos están desolados, nadie transita por los senderos. El pacto se ha quebrantado, se desprecia a los testigos, ¡a nadie se respeta!
En el mismo pueblo había una viuda que insistía en pedirle: “Hazme justicia contra mi adversario”.
»Entonces pensó el dueño del viñedo: “¿Qué voy a hacer? Enviaré a mi hijo amado; seguro que a él sí lo respetarán”.
Después de todo, aunque nuestros padres humanos nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de los espíritus, para que vivamos?