Luego dijo al discípulo: ―Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa.
Mirad que la hora viene, y ya está aquí, en que seréis dispersados, y cada uno se irá a su propia casa y a mí me dejaréis solo. Sin embargo, solo no estoy, porque el Padre está conmigo.
Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron.
Fue Dios quien me envió aquí, y no vosotros. Él me ha puesto como asesor del faraón y administrador de su casa, y como gobernador de todo Egipto.
Luego echó una mirada a los que estaban sentados alrededor de él y añadió: ―Aquí tenéis a mi madre y a mis hermanos.
El Rey les responderá: “Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, por mí lo hicisteis”.
José también proveyó de alimentos a su padre y a sus hermanos, y a todos sus familiares, según las necesidades de cada uno.
―Mira —le dijo Pedro—, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos para seguirte.
Después de despedirnos, subimos a bordo y ellos regresaron a sus hogares.