»No os angustiéis. Confiad en Dios, confiad también en mí.
Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía.
«El que cree en mí —clamó Jesús con voz fuerte—, cree no solo en mí, sino en el que me envió.
Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.
¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!
Por medio de él creéis en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza están puestas en Dios.
»Os digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
Por eso yo, por mi parte, desde que me enteré de la fe que tenéis en el Señor Jesús y del amor que demostráis por todos los santos,
»Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: “Padre, sálvame de esta hora difícil”? ¡Si precisamente para afrontarla he venido!
no perdáis la cabeza ni os alarméis por ciertas profecías, ni por mensajes orales o escritos supuestamente nuestros, que digan: «¡Ya llegó el día del Señor!»
Más bien debierais perdonarlo y consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza.
Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente.
para que todos honren al Hijo como lo honran a él. El que se niega a honrar al Hijo no honra al Padre que lo envió.
La aflicción me abruma; mi corazón desfallece.
Actuarán de este modo porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí.
Y me pongo a pensar: «Esto es lo que me duele: que haya cambiado la diestra del Altísimo».
Al contrario, como os he dicho estas cosas, os habéis entristecido mucho.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.