»Castigué vuestros campos con plagas y sequía; la langosta devoró vuestros huertos y viñedos, vuestras higueras y olivares. Con todo, no os volvisteis a mí —afirma el Señor—.
La vid se marchitó; languideció la higuera; se marchitaron los granados, las palmeras, los manzanos, ¡todos los árboles del campo! ¡Y hasta la alegría de la gente acabó por marchitarse!
Aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos;
»”Cuando quiero cosechar —afirma el Señor—, no encuentro uvas en la viña, ni hay higos en la higuera; sus hojas están marchitas. ¡Voy, pues, a quitarles lo que les he dado!”»
Eran tantas las langostas que cubrían la superficie de la tierra, que ni el suelo podía verse. Se comieron todas las plantas del campo y todos los frutos de los árboles que dejó el granizo. En todo Egipto no quedó nada verde, ni en los árboles ni en las plantas.
las cuales invadieron todo Egipto y se asentaron en gran número por todos los rincones del país. ¡Nunca antes hubo semejante plaga de langostas, ni la habrá después!