―¡Mi hijo no se irá con vosotros! —replicó Jacob—. Su hermano José ya está muerto, y ahora solo él me queda. Si le llega a pasar una desgracia en el viaje que vais a emprender, vosotros tendréis la culpa de que este pobre viejo se muera de tristeza.
José miró a su alrededor y, al ver a Benjamín, su hermano de padre y madre, les preguntó: ―¿Es este vuestro hermano menor, del cual me habíais hablado? ¡Que Dios te guarde, hijo mío!
¡Que el Dios Todopoderoso permita que ese hombre os tenga compasión y deje libre a vuestro otro hermano, y además volváis con Benjamín! En cuanto a mí, si he de perder a mis hijos, ¡qué le voy a hacer! ¡Los perderé!
Luego dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra».
Y dijo: «El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre».