Por eso Abimélec envió esta orden a todo el pueblo: ―Si alguien molesta a este hombre o a su esposa, será condenado a muerte.
«No toquéis a mis ungidos; no hagáis daño a mis profetas».
―Sí, ya sé que has hecho todo esto de buena fe —le respondió Dios en el sueño—; por eso no te permití tocarla, para que no pecaras contra mí.
Pues tampoco quien se acuesta con la mujer ajena puede tocarla y quedar impune.
Porque así dice el Señor Todopoderoso, cuya gloria me envió contra las naciones que os saquearon: «La nación que toca a mi pueblo, toca la niña de mis ojos.
Isaac sembró en aquella región, y ese año cosechó al ciento por uno, porque el Señor lo había bendecido.