Uno de los que habían escapado le informó de todo esto a Abram el hebreo, que estaba acampando junto al encinar de Mamré el amorreo. Mamré era hermano de Escol y de Aner, y estos eran aliados de Abram.
Él contestó: ―Hermanos y padres, ¡escuchadme! El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando este aún vivía en Mesopotamia, antes de establecerse en Jarán.
Allí el Señor se le apareció a Abram y le dijo: «Yo le daré esta tierra a tu descendencia». Entonces Abram erigió un altar al Señor, porque se le había aparecido.
Cierto día, Josué, que acampaba cerca de Jericó, levantó la vista y vio a un hombre de pie frente a él, espada en mano. Josué se le acercó y le preguntó: ―¿Eres tú de los nuestros, o del enemigo?