Dijo también el Señor a Moisés: «Dile a Aarón que tome su vara y extienda el brazo sobre las aguas de Egipto, para que se conviertan en sangre sus arroyos y canales, y sus lagunas y depósitos de agua. Habrá sangre por todo el territorio de Egipto, ¡hasta en las vasijas de madera y de piedra!»
Porque esta vez voy a enviar el grueso de mis plagas contra ti, y contra tus funcionarios y tu pueblo, para que sepas que no hay en toda la tierra nadie como yo.
―En cuanto yo salga de la ciudad —le contestó Moisés—, elevaré mis manos en oración al Señor, y cesarán los truenos y dejará de granizar. Así sabrás que la tierra es del Señor.
Lo hice para que puedas contarles a tus hijos y a tus nietos la dureza con que traté a los egipcios, y las señales que realicé entre ellos. Así sabréis que yo soy el Señor».
¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses? ¿Quién se te compara en grandeza y santidad? Tú, hacedor de maravillas, nos impresionas con tus portentos.
oró así: «Señor, Dios de Israel, no hay Dios como tú en el cielo ni en la tierra, pues tú cumples tu pacto de amor con quienes te sirven y te siguen de todo corazón.
«Vosotros sois mis testigos —afirma el Señor—, sois mis siervos escogidos, para que me conozcáis y creáis en mí, y entendáis que Yo soy. Antes de mí no hubo ningún otro dios, ni habrá ninguno después de mí.