―Que el Señor os acompañe —repuso el faraón—, ¡si es que yo dejo que os vayáis con vuestras mujeres y vuestros hijos! ¡Claramente se ven vuestras malas intenciones!
¡No os dejéis engañar ni seducir por Ezequías! ¡No le creáis! Si ningún dios de esas naciones y reinos pudo librarlos de mi poder y del poder de mis antepasados, ¡mucho menos vuestro dios podrá libraros a vosotros de mi mano!”»
De día, el Señor iba al frente de ellos en una columna de nube para indicarles el camino; de noche, los alumbraba con una columna de fuego. De ese modo podían viajar de día y de noche.
―Nos van a acompañar nuestros jóvenes y nuestros ancianos —respondió Moisés—. También nos acompañarán nuestros hijos y nuestras hijas, y nuestros rebaños y nuestros ganados, pues vamos a celebrar la fiesta del Señor.
¡Pero no será como vosotros queréis! Si lo que queréis es rendirle culto al Señor, ¡id solo vosotros los hombres! Y Moisés y Aarón fueron arrojados de la presencia del faraón.
Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y le dijo: ―Id y rendid culto al Señor. Llevaos también a vuestros hijos, pero dejad atrás vuestros rebaños y vuestros ganados.