Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Que la justicia me golpee, que el amor me reprenda; que el ungüento de los malvados no perfume mi cabeza, pues mi oración está siempre en contra de sus malas obras.