Ajimaz llegó y saludó al rey postrándose rostro en tierra, y le dijo: ―¡Bendito sea el Señor, tu Dios, pues nos ha entregado a los que se habían rebelado contra mi señor el rey!
El cuarto día se congregaron en el valle de Beracá, y alabaron al Señor; por eso llamaron a ese lugar el valle de Beracá, nombre con el que hasta hoy se le conoce.
Al tercer día, llegó a Siclag un hombre que venía del campamento de Saúl. En señal de duelo, se presentó ante David con la ropa rasgada y la cabeza cubierta de ceniza, y se postró rostro en tierra.
―Hoy ha puesto Dios en tus manos a tu enemigo —le dijo Abisay a David—. Déjame matarlo. De un solo golpe de lanza lo dejaré clavado en el suelo. ¡Y no tendré que rematarlo!
con estas palabras: «Bendito sea el Señor, el Dios de mi amo Abraham, que no ha dejado de manifestarle su amor y fidelidad, y que a mí me ha guiado a la casa de sus parientes».
Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; y yo te mataré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo echaré los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo, y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel.