»¡Saúl! ¡Jonatán! ¡Nobles personas! Fueron amados en la vida, e inseparables en la muerte. Más veloces eran que las águilas, y más fuertes que los leones.
¡Miradlo avanzar como las nubes! ¡Sus carros de guerra parecen un huracán! ¡Sus caballos son más veloces que las águilas! ¡Ay de nosotros! ¡Estamos perdidos!
Antes de la puesta del sol del séptimo día los hombres de la ciudad le dijeron: «¿Qué es más dulce que la miel? ¿Qué es más fuerte que un león?» Sansón les respondió: «Si no hubierais arado con mi novilla, no habríais resuelto mi adivinanza».
Una vez que David y Saúl terminaron de hablar, Saúl tomó a David a su servicio y, desde ese día, no lo dejó volver a la casa de su padre. Jonatán, por su parte, entabló con David una amistad entrañable y llegó a quererlo como a sí mismo.
También algunos de los gaditas se unieron a David cuando se encontraba en la fortaleza del desierto. Eran guerreros valientes, preparados para la guerra, hábiles en el manejo del escudo y de la lanza, feroces como leones y veloces como gacelas monteses.
Benaías hijo de Joyadá era un guerrero de Cabsel que realizó muchas hazañas. Derrotó a dos de los mejores hombres de Moab, y en otra ocasión, cuando estaba nevando, se metió en una cisterna y mató un león.
―¿Morir tú? ¡De ninguna manera! —respondió Jonatán—. Mi padre no hace nada, por insignificante que sea, sin que me lo diga. ¿Por qué me lo habría de ocultar? ¡Eso no es posible!