El Señor os entregará a ti y a Israel en manos de los filisteos. Mañana tú y tus hijos os uniréis a mí, y el campamento israelita caerá en poder de los filisteos.
Ahora no es tiempo de lluvias, sino de cosecha. Sin embargo, voy a invocar al Señor, y él enviará truenos y lluvia; así os daréis cuenta de la gran maldad que habéis cometido ante el Señor al pedir un rey».
Todos se fueron a Guilgal, y allí, ante el Señor, confirmaron a Saúl como rey. También allí, ante el Señor, ofrecieron sacrificios de comunión, y Saúl y todos los israelitas celebraron la ocasión con gran alegría.
De inmediato llamó Abimélec a su escudero y le ordenó: «Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: “¡Lo mató una mujer!”» Entonces su escudero le clavó la espada, y así murió.
Cuando los israelitas que vivían al otro lado del valle y del Jordán vieron que el ejército de Israel había huido, y que Saúl y sus hijos habían muerto, también ellos abandonaron sus ciudades y se dieron a la fuga. Así fue como los filisteos las ocuparon.
Lloraron y ayunaron hasta el anochecer porque Saúl y su hijo Jonatán habían caído a filo de espada, y también por el ejército del Señor y por la nación de Israel.