―¿Y qué aspecto tiene? ―El de un anciano, que sube envuelto en un manto. Al darse cuenta Saúl de que era Samuel, se postró rostro en tierra.
Cuando Samuel se dio la vuelta para irse, Saúl le agarró el borde del manto, y se lo arrancó.
Elías tomó su manto y, enrollándolo, golpeó el agua. El río se partió en dos, de modo que ambos lo cruzaron en seco.
David lo siguió, gritando: ―¡Mi señor el rey! Saúl miró hacia atrás, y David, postrándose rostro en tierra, se inclinó
―No tienes nada que temer —dijo el rey—. Dime lo que has visto. ―Veo un espíritu que sube de la tierra —respondió ella.
Elías salió de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat, que estaba arando. Había doce yuntas de bueyes en fila, y él mismo conducía la última. Elías pasó junto a Eliseo y arrojó su manto sobre él.
El rey les preguntó: ―¿Qué aspecto tenía el hombre que os salió al encuentro y os habló de ese modo?