―No tienes nada que temer —dijo el rey—. Dime lo que has visto. ―Veo un espíritu que sube de la tierra —respondió ella.
»No blasfemes nunca contra Dios, ni maldigas al jefe de tu pueblo.
Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por mí, como si le hablara yo mismo.
Al ver a Samuel, la mujer pegó un grito. ―¡Pero si tú eres Saúl! ¿Por qué me has engañado? —le recriminó.
―¿Y qué aspecto tiene? ―El de un anciano, que sube envuelto en un manto. Al darse cuenta Saúl de que era Samuel, se postró rostro en tierra.