Saúl, que reconoció la voz de David, dijo: ―David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien habla! ―Soy yo, mi señor y rey —respondió David—.
Cuando David terminó de hablar, Saúl le preguntó: ―David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien me habla! Y alzando la voz, se echó a llorar.
David lo siguió, gritando: ―¡Mi señor el rey! Saúl miró hacia atrás, y David, postrándose rostro en tierra, se inclinó
En cuanto Jacob la reconoció, exclamó: «¡Sí, es la túnica de mi hijo! ¡Seguro que un animal salvaje lo devoró y lo hizo pedazos!»
―Has actuado mejor que yo —continuó Saúl—. Me has devuelto bien por mal.