En cuanto el filisteo avanzó para acercarse a David y enfrentarse a él, también este corrió rápidamente hacia la línea de batalla para hacerle frente.
El malvado huye aunque nadie lo persiga; pero el justo vive confiado como un león.
El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme?
Metiendo la mano en su bolsa sacó una piedra, y con la honda se la lanzó al filisteo, hiriéndolo en la frente. Con la piedra incrustada entre ceja y ceja, el filisteo cayó de bruces al suelo.
Aun cuando un ejército me asedie, no temerá mi corazón; aun cuando una guerra estalle contra mí, yo mantendré la confianza.