Entre todos ellos había setecientos soldados escogidos que eran zurdos, todos ellos capaces de lanzar con la honda una piedra contra un cabello, sin errar.
David se ciñó la espada sobre la armadura e intentó caminar, pero no pudo porque no estaba acostumbrado. ―No puedo andar con todo esto —le dijo a Saúl—; no estoy entrenado para ello. De modo que se quitó todo aquello,