apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.
¿Cómo podría un hombre perseguir a mil si su Roca no los hubiera vendido? ¿Cómo podrían dos hacer huir a diez mil si el Señor no los hubiera entregado?
De inmediato llamó Abimélec a su escudero y le ordenó: «Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: “¡Lo mató una mujer!”» Entonces su escudero le clavó la espada, y así murió.
Entonces los soldados de la guarnición les gritaron a Jonatán y a su escudero: ―¡Venid acá! Tenemos algo que deciros. ―Ven conmigo —le dijo Jonatán a su escudero—, porque el Señor le ha dado la victoria a Israel.