Elcaná tenía dos esposas. Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Esta tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.
Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
―Moisés os permitió divorciaros de vuestras esposas por lo obstinados que sois —respondió Jesús—. Pero no fue así desde el principio.
Cierto hombre de Zora, llamado Manoa, de la tribu de Dan, tenía una esposa que no le había dado hijos porque era estéril.
Tuvo setenta hijos, pues eran muchas sus esposas.
Cuando el Señor vio que Lea no era amada, le concedió hijos. Mientras tanto, Raquel permaneció estéril.
Isaac oró al Señor en favor de su esposa, porque era estéril. El Señor oyó su oración, y ella quedó embarazada.
Lamec dijo a sus mujeres Ada y Zila: «¡Escuchad bien, mujeres de Lamec! ¡Escuchad mis palabras! Maté a un hombre por haberme herido, y a un muchacho por golpearme.
Había también una profetisa, Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana; casada de joven, había vivido con su esposo siete años,
Lamec tuvo dos mujeres. Una de ellas se llamaba Ada, y la otra, Zila.
Pero Saray era estéril; no podía tener hijos.