Herodes se puso muy triste, pues le había prometido darle lo que ella le pidiera, y no podía romper una promesa hecha delante de sus invitados. Así que no tuvo más remedio que ordenar a sus sirvientes que le dieran a la muchacha lo que pedía.
La muchacha salió del salón, fue adonde estaba Herodías, su madre, y le preguntó:
--¿Qué podría pedir?
Herodías le respondió:
--Pide la cabeza de Juan el Bautista.