El oficial romano y los soldados que vigilaban a Jesús sintieron el terremoto y vieron todo lo que pasaba. Temblando de miedo dijeron: '¡Es verdad, este hombre era el Hijo de Dios!'
Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos jefes de los judíos para que lo buscaran y le dijeran: 'Por favor, venga a mi casa y sane a mi sirviente'.
En la ciudad de Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio. Era capitán de un grupo de cien soldados romanos, al que se conocía como Regimiento Italiano.
Cuando por fin decidieron mandarnos a Italia, Pablo y los demás prisioneros fueron entregados a un capitán romano llamado Julio, que estaba a cargo de un grupo especial de soldados al servicio del emperador.
Al día siguiente llegamos al puerto de Sidón. El capitán Julio trató bien a Pablo, pues lo dejó visitar a sus amigos en Sidón, y también permitió que ellos lo atendieran.
Ustedes, los esclavos, deben obedecer en todo a sus amos aquí en la tierra. No lo hagan para quedar bien con ellos y sólo cuando los estén mirando. Más bien, háganlo con sinceridad y por respeto al Señor.