Al escuchar esto, el jefe de los sacerdotes rompió sus ropas para mostrar su enojo, y dijo:
--¡Ha insultado a Dios! Ya no necesitamos más pruebas. Dice que él es Dios.
Muestren con su conducta que realmente han dejado de pecar. No piensen que sólo por ser descendientes de Abraham van a salvarse. Si Dios así lo quiere, hasta estas piedras las puede convertir en familiares de Abraham.
En cierta ocasión Jesús estaba enseñando en una casa. Allí estaban sentados algunos fariseos y algunos maestros de la Ley. Habían venido de todos los pueblos de Galilea, de Judea, y de la ciudad de Jerusalén, para oír a Jesús.
Y como Jesús tenía el poder de Dios para sanar enfermos,
Ellos le respondieron:
--No queremos matarte por lo bueno que hayas hecho, sino por haber ofendido a Dios. Tú no eres más que un hombre, y dices que eres igual a Dios.