Hermanos en Cristo, quiero que sepan que muchas veces he tratado de ir a Roma para verlos, pero nunca ha faltado algo que me lo impida. Me gustaría ir allá para anunciar esta buena noticia, como ya lo he hecho en otros lugares, para que muchos crean en Jesús.
Hermanos míos, les voy a dar un ejemplo que cualquiera puede entender. Cuando una persona hace un pacto con otra y lo firma, nadie puede anularlo ni agregarle nada.
Hermanos míos, ustedes son como Isaac, el hijo que Dios le prometió a Abraham. Y digo que son como él porque son los hijos que Dios le había prometido.
Hermanos, ustedes son guiados por el Espíritu de Dios. Por lo tanto, si descubren que alguien ha pecado, deben corregirlo con buenas palabras. Pero tengan cuidado de no ser tentados a hacer lo malo.