Varios hombres lo acompañaron: Sópatro, que era hijo de Pirro y vivía en la ciudad de Berea; Aristarco y Segundo, que eran de la ciudad de Tesalónica; Gayo, del pueblo de Derbe; y Timoteo, Tíquico y Trófimo, que eran de la provincia de Asia.
Por eso les envié a Timoteo, a quien amo como a un hijo y quien es fiel al Señor. Por eso confío en él. Timoteo les recordará mis enseñanzas, que son las mismas de Cristo. Eso es lo que yo enseño en todas las iglesias.
Si enseñas la verdad a los miembros de la iglesia, serás un buen servidor de Jesucristo. Estudiar y obedecer las enseñanzas cristianas, como tú lo haces, es lo mismo que alimentarse bien.
Voy a mandarte a Artemas o a Tíquico. Tan pronto uno de ellos llegue, haz todo lo posible por venir a visitarme en Nicópolis, porque allí pienso pasar el invierno.
Solo que ahora ya no lo tendrás como a un esclavo, sino como a un hermano muy querido, lo cual es mucho mejor. Yo lo quiero mucho, pero tú debes quererlo aun más. Quiérelo como a un miembro de la familia del Señor, y no como a cualquier persona.
Silvano me ha ayudado a escribirles esta breve carta. Yo lo considero un fiel seguidor de Cristo, y alguien en quien se puede confiar.
Les he escrito para darles consejos y asegurarles que todo lo bueno que Dios les ha dado demuestra que él los ama mucho. ¡Nunca duden del amor de Dios!
Recuerden que nuestro Señor Jesucristo nos trata con paciencia, para que podamos ser salvos. Nuestro querido compañero Pablo también les ha escrito acerca de esto, y fue Dios mismo quien se lo explicó.