Dios les permitió que hirieran a la gente durante cinco meses, pero no les permitió que mataran a nadie. Y las heridas que hacían los saltamontes eran tan dolorosas como la picadura de los escorpiones.
Los saltamontes parecían caballos de guerra, listos para entrar en batalla. En la cabeza tenían algo que parecía una corona de oro, y sus caras parecían humanas.