Además, se vuelven perezosas y se acostumbran a andar de casa en casa, llevando y trayendo chismes, y metiéndose en asuntos ajenos y hablando de lo que no deben.
Por anunciar esa buena noticia sufro mucho y estoy en la cárcel; me tienen encadenado, como si fuera yo un criminal. Pero el mensaje de Dios no está encadenado.