porque todo lo que hay en el mundo - los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la jactancia de la opulencia - no proviene del Padre, sino que procede del mundo.
Vio la mujer que el árbol ten a frutos sabrosos y que era seductor a la vista y codiciable para conseguir sabidur a; tomó de sus frutos y comió, y dio también a su marido, que estaba con ella. Y también él comió.
entre los cuales también nosotros todos viv amos entonces según las tendencias de nuestra carne, realizando los deseos de la carne y de la mente, y éramos, por naturaleza, hijos de ira, exactamente como los otros...
sobre todo a los que caminan tras la carne en deseos de impureza y desprecian el se or o divino. Osados, arrogantes, no temen insultar a los seres gloriosos,
vi entre el bot n un hermoso manto de Senaar, doscientos siclos de plata y un lingote de oro de cincuenta siclos de peso, me dominó la codicia y los tomé. Están escondidos en la tierra, en el centro de mi tienda; la plata está debajo'.
Profiriendo discursos ampulosos y vac os, seducen con pasiones de la carne y desenfrenos a los que apenas han acabado de distanciarse de los que viven en el error.
Porque hubo un tiempo en que también nosotros éramos insensatos, desobedec amos, nos extraviábamos, serv amos a deseos y placeres diversos, pasábamos nuestra vida entre malicia y envidia, odiados y odiándonos mutuamente.
Una chusma que se hab an mezclado con el pueblo sintió tan insaciable apetito que incluso los israelitas rompieron a lamentarse de nuevo y dec an: '¡Quién nos diera a comer carne!
En aquel mismo instante se cumplió en Nabucodonosor la sentencia. Fue expulsado de entre los hombres, comió hierba como los bueyes y su cuerpo se empapó del roc o del cielo; le crecieron los cabellos como las plumas de las águilas y las u as como las de los pájaros.