Estoy cansado de sus mentiras. ¡Y todavía se atreven a decir que hablan de mi parte! Estoy en contra de esos profetas que dicen haber recibido mensajes de mi parte, pero yo no les he comunicado nada. Esa clase de mentiras no le hace ningún bien a mi pueblo; al contrario, lo conducen al error. ”Mi palabra es tan poderosa como el fuego, y tan dura como un martillo; ¡hasta puede hacer pedazos una roca! Les aseguro que así es.
Cada palabra que Dios pronuncia tiene poder y tiene vida. La palabra de Dios es más cortante que una espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. Allí examina nuestros pensamientos y deseos, y deja en claro si son buenos o malos.
Pero si insisten en desobedecerlo, y no se arrepienten, harán que Dios les aumente el castigo. Llegará el día del juicio final, cuando Dios juzgará a todos, y muy enojado, los castigará a ustedes.
Entonces el sexto ángel soltó a los cuatro ángeles, para que mataran a la tercera parte de los seres humanos, pues Dios los había preparado exactamente para esa hora, día, mes y año.
Por eso, vuelve a obedecerme, porque si no lo haces, vendré pronto y, con el poder de mi palabra, te castigaré a ti, a los nicolaitas y a sus seguidores.
Al ver esto, me acordé de lo que Dios me había mostrado cuando vino a destruir a Jerusalén. Todo esto era muy parecido a lo que él me dejó ver junto al río Quebar. Yo me incliné hasta el suelo,
tú les responderás: “Dios me mandó a decirles que él va a emborrachar con vino a todos los que viven en este país. Emborrachará a los reyes que descienden del rey David, a los sacerdotes, a los profetas, y a todos los habitantes de Jerusalén.
Yo te haré tan fuerte como un poste de hierro, como un portón de bronce, como una ciudad amurallada. Vas a enfrentarte a todas las autoridades de Judá.
Dios le dijo a Isaías: «¡Grita bien fuerte, grita sin miedo, alza la voz como una trompeta! ¡Reprende a mi pueblo, el pueblo de Israel, a causa de sus culpas y de todos sus pecados!
»Ustedes son inteligentes, así que préstenme atención. ¡No debemos siquiera pensar que el Dios todopoderoso pudiera hacer algo injusto! Al contrario, nos premia o castiga, según lo que merecemos.
El profeta Elías le envió a Joram una carta que decía: «Nuestro Dios, a quien tu antepasado David adoró, te envía el siguiente mensaje: “Me he dado cuenta de que, en lugar de seguir el buen ejemplo de tu padre Josafat, o el de Asá, rey de Judá,
Al llegar, Elías le dijo al rey: «Dios no te va a sanar, sino que morirás, pues has consultado con Baal-zebub, el dios de Ecrón, como si en Israel no hubiera Dios».
Elías era un profeta de Tisbé, pueblo que estaba en la región de Galaad. Un día, Elías le anunció a Ahab: «Juro por el Dios de Israel, a quien sirvo, que durante varios años no va a llover ni a caer rocío hasta que yo lo diga, y así será».
Pero Ahías escuchó sus pasos al llegar a la puerta, y le dijo: «Entra, esposa de Jeroboam. ¿Por qué tratas de engañarme? Tengo muy malas noticias para ti.
Pero Samuel dijo: «Así como muchas mujeres sufrieron cuando mataste a sus hijos, así también va a sufrir tu madre, pues te voy a matar». Y allí mismo en Guilgal, en presencia de Dios, Samuel cortó en pedazos a Agag.
«Ezequiel, hombre mortal, entierra a Egipto y sus riquezas; arrójalo a su tumba, junto con las naciones más poderosas. Y cuando vayan cayendo a lo más profundo de la tierra, donde se encuentran los muertos, entona este lamento: