y mientras navegaban Jesús se quedó dormido. De pronto se desató una tormenta sobre el lago, y el agua empezó a meterse en la barca. Los discípulos, al ver el grave peligro que corrían, a gritos despertaron a Jesús: —¡Maestro, Maestro, nos hundimos! Jesús se levantó, y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. Y así fue; todo quedó tranquilo.
»Ciudad de Jerusalén, ahora estás oprimida y atormentada, y no hay nadie que te consuele. Pero yo construiré con piedras preciosas tus cimientos y tus muros, tus torres y tus puertas.