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Lucas 7 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)


La fe del capitán romano

1 Cuando terminó de hablar al pueblo, Jesús entró en Capernaúm.

2 Había allí un capitán del ejército romano cuyo siervo, a quien él estimaba mucho, estaba enfermo, a punto de morir.

3 Como oyó hablar de Jesús, el capitán mandó a unos líderes de los judíos a pedirle que fuera a sanar a su siervo.

4 Cuando llegaron ante Jesús, le rogaron con insistencia: ―Este hombre merece que le des lo que te pide.

5 Aprecia tanto a nuestra nación que nos ha construido una sinagoga.

6 Así que Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa cuando el capitán mandó unos amigos a decirle: ―Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres a mi casa.

7 Por eso ni siquiera me atreví a presentarme ante ti. Pero, con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo.

8 Pues yo mismo soy un hombre que obedezco órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno “ve”, y va, y al otro “ven”, y viene. Le digo a mi siervo “haz esto”, y lo hace.

9 Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, comentó: ―Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado a nadie que tenga tanta fe.

10 Al regresar a casa, los enviados encontraron sano al siervo.


Jesús resucita al hijo de una viuda

11 Poco después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de una gran cantidad de personas, se dirigió a un pueblo llamado Naín.

12 Cuando ya se acercaba a las puertas del pueblo, vio que sacaban de allí a un muerto. Era el único hijo de una mujer viuda. La acompañaba un grupo grande de la población.

13 Al verla, el Señor sintió compasión de ella y le dijo: ―No llores.

14 Entonces se acercó y tocó la camilla donde llevaban el muerto. Los que lo llevaban se detuvieron, y Jesús dijo: ―Joven, ¡te ordeno que te levantes!

15 El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 Todos se llenaron de temor y alababan a Dios. ―Hay entre nosotros un gran profeta —decían—. Dios ha venido en ayuda de su pueblo.

17 Así que esta noticia acerca de Jesús se anunció por toda Judea y por todas las regiones vecinas.


Jesús y Juan el Bautista

18 Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Él llamó a dos de ellos

19 y los envió al Señor a preguntarle: ―¿Eres tú el que estábamos esperando o debemos esperar a otro?

20 Cuando se acercaron a Jesús, ellos le dijeron: ―Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte: “¿Eres tú el que estábamos esperando o debemos esperar a otro?”.

21 En ese mismo momento Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades, dolores y espíritus malignos, y les dio la vista a muchos ciegos.

22 Entonces les respondió a los enviados: ―Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados. Los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia.

23 Dichoso el que, viendo lo que hago, no deja de seguirme.

24 Cuando se fueron los enviados por Juan, Jesús comenzó a hablarle a la gente acerca de Juan: «¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?

25 Si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa fina? Claro que no, pues los que se visten lujosamente y llevan una vida de lujo están en los palacios reales.

26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, les digo, y más que profeta.

27 De él hablan las Escrituras, diciendo: »“Yo estoy por enviar a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino”.

28 Les digo que entre la gente no ha habido nadie más importante que Juan. Sin embargo, el menos importante en el reino de Dios es más importante que él».

29 Al oír esto, todo el pueblo, y hasta los cobradores de impuestos, reconocieron que Dios era justo. Y fueron bautizados con el bautismo de Juan.

30 Pero los fariseos y los expertos en la Ley no quisieron ser bautizados por Juan. Rechazaron así el propósito que Dios tenía para ellos.

31 «Entonces, ¿con qué puedo comparar a la gente de este tiempo? ¿A quién se parecen ellos?

32 Se parecen a niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros: »“Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron. Entonamos un canto fúnebre, y ustedes no lloraron”.

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y ustedes dicen: “Tiene un demonio”.

34 Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen: “Este es un glotón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores”.

35 Pero la sabiduría demuestra ser buena cuando es obedecida».


Una mujer derrama perfume sobre Jesús

36 Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco muy fino lleno de perfume.

38 Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y les ponía del perfume.

39 Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando. Sabría qué clase de mujer es: una pecadora».

40 Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta: ―Simón, tengo algo que decirte. ―Dime, Maestro —respondió.

41 ―Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta.

42 Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?

43 ―Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón. ―Estás en lo correcto —le dijo Jesús.

44 Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: ―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.

45 Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies.

46 Tú no me pusiste aceite en la cabeza, pero ella me puso perfume en los pies.

47 Por esto te digo que, si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.

48 Entonces Jesús le dijo a la mujer: ―Tus pecados quedan perdonados.

49 Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».

50 ―Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.

Nueva Versión Internacional Simplificada

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