Lucas 14 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)Jesús en casa de un fariseo 1 Un día Jesús fue a comer a casa de un líder de los fariseos. Era sábado, así que estos estaban vigilando a Jesús. 2 Allí, delante de él, estaba un hombre enfermo de hidropesía. 3 Jesús les preguntó a los expertos en la Ley y a los fariseos: ―¿Está permitido o no sanar en sábado? 4 Pero ellos se quedaron callados. Entonces tomó al hombre, lo sanó y lo despidió. 5 También les dijo: ―Si uno de ustedes tiene un hijo o un buey que se le cae en un pozo, ¿no lo saca en seguida aunque sea sábado? 6 Y no pudieron contestarle nada. 7 Al notar cómo los invitados elegían los lugares de honor en la mesa, les contó esta parábola: 8 ―Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que haya algún invitado más distinguido que tú. 9 Si es así, el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: “Dale tu asiento a este hombre”. Entonces, avergonzado, tendrás que ocupar el último asiento. 10 Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor”. Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. 11 Porque todo el que se cree mejor que los demás será humillado, y el que se humilla será considerado el mejor. 12 También dijo Jesús al que lo había invitado: ―Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. Pues ellos, a su vez, te podrían invitar y así serías recompensado. 13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. 14 Entonces serás dichoso, pues, aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos. La parábola del gran banquete 15 Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: ―¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios! 16 Jesús le contestó: ―Cierto hombre preparó un gran banquete e invitó a muchas personas. 17 A la hora del banquete, mandó a su siervo a decirles a los invitados: “Vengan, porque ya todo está listo”. 18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes”. 19 Otro dijo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes”. 20 Otro dijo: “Acabo de casarme y por eso no puedo ir”. 21 El siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se enojó y le mandó a su siervo: “Sal de prisa por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los ciegos y a los cojos”. 22 “Señor —le dijo luego el siervo—, ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay lugar”. 23 Entonces el señor le respondió: “Ve por los caminos y las sendas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. 24 Les digo que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete”. El precio del discipulado 25 Grandes cantidades de personas seguían a Jesús. Y él se volvió y les dijo: 26 «Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27 Y el que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. 28 »Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? 29 Si pone los cimientos y no puede terminarla, todos los que la vean comenzarán a burlarse de él 30 y dirán: “Este hombre ya no pudo terminar lo que comenzó a construir”. 31 »O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? 32 Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz. 33 De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo. 34 »La sal es buena, pero, si pierde su sabor, ¿cómo lo recobrará? 35 No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera. »El que tenga oídos para oír, que oiga». |
Nueva Versión Internacional Simplificada
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