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2 Crónicas 36 - Biblia Nueva Versión Internacional 2017


Joacaz, rey de Judá

36:2-4 – 2R 23:31-34

1 Entonces el pueblo tomó a Joacaz hijo de Josías y lo proclamó rey en Jerusalén, en lugar de su padre.

2 Joacaz tenía veintitrés años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén tres meses.

3 Sin embargo, el rey de Egipto lo quitó del trono para que no reinara en Jerusalén, y le impuso al país un tributo de cien barras de plata y una barra de oro.


Joacim, rey de Judá

36:5-8 – 2R 23:36–24:6

4 Luego hizo reinar sobre Judá y Jerusalén a Eliaquín, hermano de Joacaz, y le dio el nombre de Joacim. En cuanto a Joacaz, Necao se lo llevó a Egipto.

5 Joacim tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén once años, pero hizo lo que ofende al Señor su Dios.

6 Por eso Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó contra Joacim y lo llevó a Babilonia sujeto con cadenas de bronce.

7 Además, Nabucodonosor se llevó a Babilonia los utensilios del templo del Señor y los puso en su templo en Babilonia.


Joaquín, rey de Judá

36:9-10 – 2R 24:8-17

8 Los demás acontecimientos del reinado de Joacim, y sus pecados y todo cuanto le sucedió, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá. Y su hijo Joaquín le sucedió en el trono.

9 Joaquín tenía dieciocho años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén tres meses y diez días, pero hizo lo que ofende al Señor.


Sedequías, rey de Judá

36:11-16 – 2R 24:18-20; Jer 52:1-3

10 Por eso, a comienzos del año el rey Nabucodonosor mandó que lo llevaran a Babilonia, junto con los utensilios más valiosos del templo del Señor, e hizo reinar sobre Judá y Jerusalén a Sedequías, pariente de Joaquín.

11 Sedequías tenía veintiún años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén once años,

12 pero hizo lo que ofende al Señor su Dios. No se humilló ante el profeta Jeremías, que hablaba en nombre del Señor,

13 y además se rebeló contra el rey Nabucodonosor, a quien había jurado lealtad. Sedequías fue terco y, en su obstinación, no quiso volverse al Señor, Dios de Israel.

14 También los jefes de los sacerdotes y el pueblo aumentaron su maldad, pues siguieron las prácticas detestables de los países vecinos y contaminaron el templo que el Señor había consagrado para sí en Jerusalén.

15 Por amor a su pueblo y al lugar donde habita, el Señor, Dios de sus antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por medio de sus mensajeros.


La caída de Jerusalén

36:17-20 – 2R 25:1-21; Jer 52:4-27
36:22-23 – Esd 1:1-3

16 Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, tenían en poco sus palabras, y se mofaban de sus profetas. Por fin, el Señor desató su ira contra el pueblo, y ya no hubo remedio.

17 Entonces el Señor envió contra ellos al rey de los babilonios, quien dentro del mismo templo mató a espada a los jóvenes, y no tuvo compasión de jóvenes ni de doncellas, ni de adultos ni de ancianos. A todos se los entregó Dios en sus manos.

18 Todos los utensilios del templo de Dios, grandes y pequeños, más los tesoros del templo y los del rey y de sus oficiales, fueron llevados a Babilonia.

19 Incendiaron el templo de Dios, derribaron la muralla de Jerusalén, prendieron fuego a sus palacios y destruyeron todos los objetos de valor que allí había.

20 A los que se salvaron de la muerte, el rey se los llevó a Babilonia, y fueron esclavos suyos y de sus hijos hasta el establecimiento del reino persa.


Decreto de Ciro

21 De este modo se cumplió la palabra que el Señor había pronunciado por medio de Jeremías. La tierra disfrutó de su descanso sabático todo el tiempo que estuvo desolada, hasta que se cumplieron setenta años.

22 En cumplimiento de la palabra del Señor, dada por medio del profeta Jeremías, en el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, el Señor puso en el corazón del rey que promulgara un decreto por todo el reino; y así lo hizo. En forma oral y por escrito, el rey promulgó lo siguiente:

23 «Esto es lo que decreta Ciro, rey de Persia: »El Señor, Dios del cielo, que me ha dado todos los reinos de la tierra, me ha encargado también que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, en Judá. Por tanto, cualquiera que pertenezca a ese pueblo, que se vaya, y que el Señor su Dios lo acompañe».

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