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Salmos 36:2 - Biblia Nueva Traducción Viviente

2 Ciegos de presunción, no pueden ver lo perversos que son en realidad.

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Biblia Reina Valera 1960

2 Se lisonjea, por tanto, en sus propios ojos, De que su iniquidad no será hallada y aborrecida.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

2 Se mira con tan buen concepto, que se niega a admitir su culpa.

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La Biblia Textual 3a Edicion

2 Se ilusiona de que su culpa no será descubierta ni aborrecida.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

2 Un dictamen de culpa destinado al impío llevo en mi corazón: El temor de Dios no existe delante de sus ojos.

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

2 Pues se lisonjea en sus propios ojos, hasta que se descubre que su iniquidad es aborrecible.

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Salmos 36:2
15 ការដាក់ឲ្យឆ្លើយតបគ្នា  

»Los que oyen las advertencias de esta maldición no deberían confiarse demasiado y pensar: “Estoy a salvo, a pesar de que sigo los deseos de mi corazón terco”. ¡Eso los llevaría a la ruina total!


En esta vida se consideran dichosos y los aplauden por su éxito.


Pues hacen alarde de sus malos deseos; elogian al codicioso y maldicen al Señor.


Hubo un tiempo en que viví sin entender la ley. Sin embargo, cuando aprendí, por ejemplo, el mandamiento de no codiciar, el poder del pecado cobró vida


Ahora bien, ¿llegamos a la conclusión de que los judíos somos mejores que los demás? ¡Para nada! Tal como acabamos de demostrar, todos —sean judíos o gentiles— están bajo el poder del pecado.


El hombre quería justificar sus acciones, entonces le preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo?


»El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es?


»Tú dices: “¡Esto no es cierto! ¡No he rendido culto a las imágenes de Baal!”. ¿Pero cómo puedes decir semejante cosa? ¡Ve y mira lo que hay en cualquier valle de la tierra! Reconoce los espantosos pecados que has cometido. Eres como una camella inquieta, buscando un macho con desesperación.


Pues no entienden la forma en que Dios hace justas a las personas ante él. Se niegan a aceptar el modo de Dios y, en cambio, se aferran a su propio modo de hacerse justos ante él tratando de cumplir la ley.


Ni el rey ni sus asistentes mostraron ninguna señal de temor o arrepentimiento ante lo que habían oído.


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