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Romanos 7:18 - Biblia Nueva Traducción Viviente

18 Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo.

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Biblia Reina Valera 1960

18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

18 Puedo querer hacer el bien, pero hacerlo, no.

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La Biblia Textual 3a Edicion

18 Porque yo sé que en mí (esto es, en mi carne) no mora el bien, porque el querer está en mí, pero no el hacer lo bueno;°

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

18 Pues sé bien que en mí, es decir, en mi condición humana, no reside nada bueno. Porque querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo, no,

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

18 Y yo sé que en mí (esto es en mi carne) no mora el bien; pues el querer está en mí, pero el hacer el bien no.

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Romanos 7:18
31 ការដាក់ឲ្យឆ្លើយតបគ្នា  

El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo.


Pues soy pecador de nacimiento, así es, desde el momento en que me concibió mi madre.


La naturaleza pecaminosa desea hacer el mal, que es precisamente lo contrario de lo que quiere el Espíritu. Y el Espíritu nos da deseos que se oponen a lo que desea la naturaleza pecaminosa. Estas dos fuerzas luchan constantemente entre sí, entonces ustedes no son libres para llevar a cabo sus buenas intenciones,


¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado.


¿Quién podrá sacar pureza de una persona impura? ¡Nadie!


Los que pertenecen a Cristo Jesús han clavado en la cruz las pasiones y los deseos de la naturaleza pecaminosa y los han crucificado allí.


Pues Dios trabaja en ustedes y les da el deseo y el poder para que hagan lo que a él le agrada.


El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo.


En otro tiempo nosotros también éramos necios y desobedientes. Fuimos engañados y nos convertimos en esclavos de toda clase de pasiones y placeres. Nuestra vida estaba llena de maldad y envidia, y nos odiábamos unos a otros.


Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago.


Realmente no me entiendo a mí mismo, porque quiero hacer lo que es correcto pero no lo hago. En cambio, hago lo que odio.


Pues del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia.


Al Señor le agradó el aroma del sacrificio y se dijo a sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa de los seres humanos, aun cuando todo lo que ellos piensen o imaginen se incline al mal desde su niñez. Nunca más volveré a destruir a todos los seres vivos.


No pasarán el resto de la vida siguiendo sus propios deseos, sino que estarán ansiosos de hacer la voluntad de Dios.


No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo.


Así que si ustedes, gente pecadora, saben dar buenos regalos a sus hijos, cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan».


He andado descarriado como una oveja perdida; ven a buscarme, porque no me he olvidado de tus mandatos.


¡Anhelo obedecer tus mandamientos! Renueva mi vida con tu bondad.


¿Cómo puede un mortal ser inocente ante Dios? ¿Puede alguien nacido de mujer ser puro?


Más bien, vístanse con la presencia del Señor Jesucristo. Y no se permitan pensar en formas de complacer los malos deseos.


Cuando vivíamos controlados por nuestra vieja naturaleza, los deseos pecaminosos actuaban dentro de nosotros y la ley despertaba esos malos deseos que producían una cosecha de acciones pecaminosas, las cuales nos llevaban a la muerte.


Tiéndeme una mano de ayuda, porque opté por seguir tus mandamientos.


Estamos todos infectados por el pecado y somos impuros. Cuando mostramos nuestros actos de justicia, no son más que trapos sucios. Como las hojas del otoño, nos marchitamos y caemos, y nuestros pecados nos arrasan como el viento.


¡Oh, cuánto deseo que mis acciones sean un vivo reflejo de tus decretos!


Perseguiré tus mandatos, porque tú aumentas mi comprensión.


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