24 Desde la niñez hemos visto cómo todo aquello por lo que trabajaron nuestros antepasados —sus ganados y rebaños, sus hijos e hijas— se despilfarraba en una falsa ilusión.
Dice el Señor: «Oh Israel, cuando te encontré por primera vez, fue como encontrar uvas frescas en el desierto. Cuando vi a tus antepasados, fue como ver los primeros higos maduros de la temporada. Pero después me abandonaron por Baal-peor y se entregaron a ese ídolo vergonzoso. En poco tiempo se volvieron viles, tan viles como el dios al que rinden culto.
Ella no se da cuenta de que fui yo quien le dio todo lo que tiene: grano, vino nuevo y aceite de oliva; hasta le di plata y oro. Pero ella le ofreció todos mis regalos a Baal.
Recordarás tus pecados y te cubrirás la boca enmudecida de vergüenza, cuando te perdone por todo lo que hiciste. ¡Yo, el Señor Soberano, he hablado!”».
Entonces recordarás con vergüenza todo el mal que hiciste. Haré que tus hermanas, Samaria y Sodoma, sean hijas tuyas, aunque no formen parte de nuestro pacto.
Miren ahora, gente de Judá: ustedes tienen tantos dioses como ciudades. Tienen tantos altares vergonzosos —altares para quemar incienso a su dios Baal— como calles hay en Jerusalén.
»Ya se puede oír el resoplido de los caballos de guerra del enemigo ¡desde tan lejos como la tierra de Dan en el norte! El relincho de sus sementales hace temblar toda la tierra. Vienen a devorar el país y todo lo que hay en él, tanto las ciudades como los habitantes.
»Ahora, el Señor Dios de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel, les pregunta: ¿por qué se destruyen ustedes mismos? Pues ninguno de ustedes sobrevivirá: ningún hombre, mujer o niño de entre ustedes que haya venido aquí desde Judá, ni siquiera los bebés que llevan en brazos.