Ustedes, gobernantes, toman decisiones con base en sobornos; ustedes, sacerdotes, enseñan las leyes de Dios solo por dinero; ustedes, profetas, no profetizan a menos que se les pague. Sin embargo, todos alegan depender del Señor. «Nada malo nos puede suceder —dicen ustedes— porque el Señor está entre nosotros».
¡Despierta, oh Sion, despierta! Vístete de fuerza. Ponte tus ropas hermosas, oh ciudad santa de Jerusalén, porque ya no volverá a entrar por tus puertas la gente impura que no teme a Dios.
En ese día, el remanente que quedará en Israel, los sobrevivientes de la casa de Jacob, ya no seguirán confiando en aliados que buscan destruirlos. En cambio, confiarán fielmente en el Señor, el Santo de Israel.
—Por favor, habla al Señor por nosotros y pídele que nos ayude. El rey Nabucodonosor está atacando a Judá. Quizá el Señor sea misericordioso y haga un poderoso milagro como lo ha hecho en el pasado. Tal vez obligue a Nabucodonosor a que retire sus ejércitos.
Y si alguien quita cualquiera de las palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro.
»Un período de setenta conjuntos de siete se ha decretado para tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a su rebelión, para terminar con su pecado, para obtener perdón por su culpa, para traer justicia eterna, para confirmar la visión profética y para ungir el Lugar Santísimo.
¡Pero el Dios de Israel no es ningún ídolo! Él es el Creador de todo lo que existe, incluido Israel, su posesión más preciada. ¡El Señor de los Ejércitos Celestiales es su nombre!
Sin embargo, has olvidado al Señor, tu Creador, el que extendió el cielo como un dosel y puso los cimientos de la tierra. ¿Vivirás en constante terror de los opresores humanos? ¿Seguirás temiendo el enojo de tus enemigos? ¿Dónde están ahora su furia y su enojo? ¡Han desaparecido!
Los jefes del pueblo vivían en Jerusalén, la ciudad santa. Mediante los sorteos sagrados eligieron a una décima parte del pueblo de otras ciudades de Judá y de Benjamín para que vivieran allí también, mientras que el resto siguió viviendo donde estaba;
»Sin embargo, escuchen este mensaje del Señor todos ustedes, los judíos que ahora viven en Egipto: “He jurado por mi gran nombre —dice el Señor— que mi nombre ya no será pronunciado por ningún judío en la tierra de Egipto. Ninguno de ustedes podrá invocar mi nombre ni usar el siguiente juramento: ‘Tan cierto como que el Señor Soberano vive’.