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Ezequiel 5:11 - Biblia Nueva Traducción Viviente

11 »Tan cierto como que yo vivo, dice el Señor Soberano, te eliminaré por completo. No te tendré ninguna lástima porque has contaminado mi templo con tus imágenes repugnantes y tus pecados detestables.

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Biblia Reina Valera 1960

11 Por tanto, vivo yo, dice Jehová el Señor, ciertamente por haber profanado mi santuario con todas tus abominaciones, te quebrantaré yo también; mi ojo no perdonará, ni tampoco tendré yo misericordia.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

11 Lo juro por mi vida, dice Yavé, puesto que tú ensuciaste mi Santuario con todas tus inmundicias y horrores, yo, por mi parte, te arrasaré, no te miraré con piedad, seré sin misericordia.

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La Biblia Textual 3a Edicion

11 Por eso, ¡vivo Yo! dice Adonay YHVH, que por haber profanado mi Santuario con tus ídolos y tus abominaciones, Yo también te quebrantaré. Mi ojo no perdonará ni tendré de ti misericordia.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

11 Por eso -por mi vida; oráculo del Señor Yahveh-, puesto que has contaminado mi santuario con todos tus ídolos y todas tus abominaciones, también yo te voy a cortar de raíz, sin que se apiaden mis ojos de ti; no tendré compasión''.

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

11 Por tanto, vivo yo, dice el Señor Jehová, ciertamente por haber profanado mi santuario con todos tus ídolos detestables y con todas tus abominaciones, por tanto, yo también te disminuiré; mi ojo no perdonará, ni tampoco tendré misericordia.

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Ezequiel 5:11
48 ការដាក់ឲ្យឆ្លើយតបគ្នា  

Estaban orgullosos de sus hermosas joyas y con ellas hicieron ídolos detestables e imágenes repugnantes. Por lo tanto, haré que todas sus riquezas les resulten asquerosas.


»Cuando los israelitas regresen a su patria, quitarán todo rastro de sus imágenes repugnantes y sus ídolos detestables.


Miraré para otro lado y no te tendré compasión. Te daré tu merecido por todos tus pecados detestables. Entonces sabrás que soy yo, el Señor, quien da el golpe.


Miraré para otro lado y no te tendré compasión. Te daré tu merecido por todos tus pecados detestables. Entonces sabrás que yo soy el Señor.


Asimismo, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo se volvieron cada vez más infieles. Siguieron todas las prácticas paganas de las naciones vecinas y profanaron el templo del Señor que había sido consagrado en Jerusalén.


»¡Yo, el Señor, he hablado! Ha llegado la hora y no me contendré. No cambiaré de parecer ni tendré compasión de ti. Serás juzgada por tus acciones perversas, dice el Señor Soberano».


Sin embargo, a todos los que añoren las imágenes repugnantes y los ídolos detestables, les daré su merecido por sus pecados. ¡Yo, el Señor Soberano, he hablado!».


Por eso no les perdonaré la vida ni les tendré compasión. Les daré todo su merecido por lo que han hecho.


Luego oí al Señor decir a los demás hombres: «Síganlo por toda la ciudad y maten a todos los que no tengan la marca en la frente. ¡No tengan compasión! ¡No tengan lástima de nadie!


Por lo tanto, responderé con furia. No les tendré compasión ni les perdonaré la vida y por más que clamen por misericordia, no los escucharé».


Entonces me llevó al atrio interior del templo del Señor. En la entrada del santuario, entre la antesala y el altar de bronce, había unos veinticinco hombres de espaldas al santuario del Señor. ¡Estaban inclinados hacia el oriente, rindiendo culto al sol!


»Mira cómo yacen en las calles, jóvenes y viejos, niños y niñas, muertos por la espada del enemigo. Los mataste en tu enojo; los masacraste sin misericordia.


Duplicaré su castigo por todos sus pecados, porque han contaminado mi tierra con las imágenes sin vida de sus detestables dioses y han llenado mi territorio con sus hechos malignos».


Por ejemplo, estaba la promesa que Dios le hizo a Abraham. Como no existía nadie superior a Dios por quién jurar, Dios juró por su propio nombre, diciendo:


Pues, si Dios no perdonó a las ramas originales, tampoco te perdonará a ti.


Ahora bien, si los gentiles fueron enriquecidos porque los israelitas rechazaron la oferta de salvación de Dios, imagínense cuánto más grande será la bendición para el mundo cuando ellos por fin la acepten.


Si Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás?


«Ellos serán mi pueblo —dice el Señor de los Ejércitos Celestiales—. El día en que yo venga para juzgar, serán mi tesoro especial. Les tendré compasión así como un padre le muestra compasión a un hijo obediente.


De la misma manera, ya no tendré compasión de la gente de la tierra —dice el Señor—. Permitiré que uno caiga en manos del otro y en manos de su rey. Convertirán la tierra en un desierto y yo no los rescataré».


Ahora el Señor ha hecho este juramento por su propio nombre, el Orgullo de Israel: «¡Nunca olvidaré las cosas perversas que han hecho!


Has traído a extranjeros incircuncisos a mi santuario, gente que no tiene corazón para Dios. De ese modo, profanaste mi templo incluso mientras me ofrecías mi alimento: la grasa y la sangre de los sacrificios. Además de todos tus otros pecados detestables, rompiste mi pacto.


Será la más insignificante de todas las naciones y nunca volverá a destacarse por encima de las naciones vecinas.


»Pues esto dice el Señor Soberano: ciertamente te entregaré a tus enemigos, a esos que detestas, a quienes rechazaste.


»Una y otra vez envié a mis siervos, los profetas, para rogarles: “No hagan estas cosas horribles que tanto detesto”,


Levantaron sus ídolos abominables justo en mi propio templo, y así lo profanaron.


Así que corrígeme, Señor, pero, por favor, sé tierno; no me corrijas con enojo porque moriría.


Cuando disminuye la cantidad de ellos y se empobrecen por la opresión, las dificultades y el dolor,


Así que en mi enojo juré: “Ellos nunca entrarán en mi lugar de descanso”».


Incluso Manasés tomó un ídolo que había tallado y lo colocó en el templo de Dios, en el mismo lugar donde Dios les había dicho a David y a su hijo Salomón: «Mi nombre será honrado para siempre en este templo y en Jerusalén, la ciudad que he escogido entre todas las tribus de Israel.


Construyó altares paganos dentro del templo del Señor, el lugar sobre el cual el Señor había dicho: «Mi nombre permanecerá en Jerusalén para siempre».


Josías derribó los altares que los reyes de Judá habían construido en la azotea del palacio, sobre la habitación de Acaz en el piso de arriba. El rey destruyó los altares que Manasés había construido en los dos atrios del templo del Señor. Los hizo añicos y esparció los pedazos en el valle de Cedrón.


Incluso Manasés hizo una imagen tallada de la diosa Asera y la colocó en el templo, en el mismo lugar donde el Señor les había dicho a David y a su hijo Salomón: «Mi nombre será honrado para siempre en este templo y en Jerusalén, la ciudad que he escogido entre todas las tribus de Israel.


Construyó altares paganos dentro del templo del Señor, el lugar sobre el cual el Señor había dicho: «Mi nombre permanecerá en Jerusalén para siempre».


Y el Señor jamás perdonará a los que piensan así. Por el contrario, su enojo y su celo arderán contra ellos. Les caerán encima todas las maldiciones escritas en este libro, y el Señor borrará sus nombres de la faz de la tierra.


»Así es como ustedes protegerán al pueblo de Israel de la impureza ceremonial. De lo contrario, ellos morirían, porque su impureza contaminaría mi tabernáculo que está en medio de ellos.


Se arremolina en torno a ellos sin misericordia. Luchan por huir de su poder,


Sin embargo, es el Señor quien hizo exactamente lo que se había propuesto; cumplió las promesas de calamidad que hizo hace mucho tiempo. Destruyó a Jerusalén sin misericordia; hizo que sus enemigos se regodearan ante ella y sobre ella les dio poder.


¡Además, contaminaron mi templo y profanaron mi día de descanso!


Tan cierto como que yo vivo, dice el Señor Soberano, no me complace la muerte de los perversos. Solo quiero que se aparten de su conducta perversa para que vivan. ¡Arrepiéntanse! ¡Apártense de su maldad, oh pueblo de Israel! ¿Por qué habrían de morir?”.


»Por lo tanto, esto dice el Señor Soberano al pueblo: te has comportado peor que tus vecinos y te has negado a obedecer mis decretos y ordenanzas. Ni siquiera has vivido a la altura de las naciones que te rodean.


«¿Has visto esto? —me preguntó—. ¡Pero te mostraré pecados aún más detestables!».


¡El mismo día que ofrecieron a sus hijos en sacrificio a ídolos, se atrevieron a venir a mi templo para adorar! Entraron y contaminaron mi casa.


Colocaron los altares para sus ídolos junto a mi altar, con solo un muro de separación entre ellos y yo. Profanaron mi santo nombre con ese pecado tan detestable, por eso los consumí en mi enojo.


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