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Éxodo 24:10 - Biblia Nueva Traducción Viviente

10 Allí vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies parecía haber una superficie de lapislázuli de color azul brillante, tan clara como el mismo cielo.

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Biblia Reina Valera 1960

10 y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

10 Contemplaron al Dios de Israel. Debajo de sus pies había algo parecido a un pavimento de zafiro transparente y tan esplendoroso como el mismo cielo.

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La Biblia Textual 3a Edicion

10 y vieron al Dios de Israel: Bajo sus pies había como una hechura de piedra de zafiro, semejante en pureza a los mismos cielos.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

10 y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro, tan puro como el mismo cielo.

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

10 Y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno.

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Éxodo 24:10
28 ការដាក់ឲ្យឆ្លើយតបគ្នា  

Nadie ha visto jamás a Dios; pero el Único, que es Dios, está íntimamente ligado al Padre. Él nos ha revelado a Dios.


En mi visión, vi que, por encima de la superficie de cristal que estaba sobre las cabezas de los querubines, había algo que parecía un trono de lapislázuli.


El que estaba sentado en el trono brillaba como piedras preciosas: como el jaspe y la cornalina. El brillo de una esmeralda rodeaba el trono como un arco iris.


Él es el único que nunca muere y vive en medio de una luz tan brillante que ningún ser humano puede acercarse a él. Ningún ojo humano jamás lo ha visto y nunca lo hará. ¡Que a él sea todo el honor y el poder para siempre! Amén.


Después retiraré la mano y dejaré que me veas por detrás; pero no se verá mi rostro.


Sin embargo, no podrás ver directamente mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida.


Jacob llamó a aquel lugar Peniel (que significa «rostro de Dios»), porque dijo: «He visto a Dios cara a cara, y sin embargo, conservo la vida».


Resplandecía de la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa, como un jaspe tan transparente como el cristal.


Nadie jamás ha visto a Dios; pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor llega a la máxima expresión en nosotros.


Jesús respondió: —Felipe, ¿he estado con ustedes todo este tiempo, y todavía no sabes quién soy? ¡Los que me han visto a mí han visto al Padre! Entonces, ¿cómo me pides que les muestre al Padre?


Mientras los hombres observaban, la apariencia de Jesús se transformó a tal punto que la cara le brillaba como el sol y su ropa se volvió tan blanca como la luz.


Tenía siete estrellas en la mano derecha, y una espada aguda de doble filo salía de su boca. Y la cara era semejante al sol cuando brilla en todo su esplendor.


(No es que alguien haya visto al Padre; solamente yo lo he visto, el que Dios envió).


«¿Quién es esa, que se levanta como la aurora, tan hermosa como la luna, tan resplandeciente como el sol, tan majestuosa como un ejército con sus estandartes desplegados al viento?».


Micaías continuó diciendo: —¡Escucha lo que dice el Señor! Vi al Señor sentado en su trono, rodeado por todos los ejércitos del cielo, a su derecha y a su izquierda.


Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Cuando Moisés oyó esto, se cubrió el rostro porque tenía miedo de mirar a Dios.


Aunque estos nobles de Israel pudieron contemplar a Dios, él no los destruyó. De hecho, compartieron una comida para celebrar el pacto, en la cual comieron y bebieron en su presencia.


Yo le hablo a él cara a cara, ¡con claridad y no en acertijos! Él ve al Señor como él es. ¿Entonces, por qué no tuvieron temor de criticar a mi siervo Moisés?».


Sus brazos son como barras de oro torneadas, adornados con berilo. Su cuerpo es como marfil reluciente; resplandece de lapislázuli.


Nuestros príncipes antes rebosaban de salud, más brillantes que la nieve, más blancos que la leche. Sus rostros eran tan rosados como rubíes, su aspecto como joyas preciosas.


El 31 de julio de mis treinta años de vida, me encontraba con los judíos en el destierro, junto al río Quebar, en Babilonia, cuando se abrieron los cielos y tuve visiones de Dios.


¿Cómo podría alguien como yo, tu siervo, hablar contigo, mi señor? Mis fuerzas se han ido y apenas puedo respirar.


El sol salía cuando Jacob dejó Peniel y se fue cojeando debido a su cadera dislocada.


Ahora, oh Señor, Dios de Israel, cumple esta promesa que le hiciste a tu siervo David.


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