4 El rey y sus altos funcionarios, sus mujeres y sus concubinas los tomaron para beber en ellos: tomaron vino a la salud de sus dioses de oro, de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra.
Todo lo contrario, usted desafió con soberbia al Señor del cielo y mandó traer ante usted estas copas que pertenecían al templo. Usted, sus nobles, sus esposas y sus concubinas estuvieron bebiendo vino en estas copas mientras rendían culto a dioses de plata, oro, bronce, hierro, madera y piedra, dioses que no pueden ver ni oír, ni saben absolutamente nada. ¡Pero usted no honró al Dios que le da el aliento de vida y controla su destino!
¡Qué aflicción te espera a ti que les dices a ídolos de madera: “Despierten y sálvennos!”. A imágenes de piedra, mudas, dices: “¡Levántense y enséñennos!”. ¿Podrá un ídolo decirte qué hacer? Aunque estén recubiertos de oro y plata, por dentro no tienen vida.
»Ahora, yo, Nabucodonosor, alabo, glorifico y doy honra al Rey del cielo. Todos sus actos son justos y verdaderos, y es capaz de humillar al soberbio».
Sin embargo, Daniel estaba decidido a no contaminarse con la comida y el vino dados por el rey. Le pidió permiso al jefe del Estado Mayor para no comer esos alimentos inaceptables.
Así que trajeron las copas de oro sacadas del templo —la casa de Dios en Jerusalén— y el rey y sus nobles, sus esposas y sus concubinas bebieron en ellas.
De pronto, vieron los dedos de una mano humana que escribía sobre la pared blanqueada del palacio del rey, cerca del candelabro. El propio rey vio la mano mientras escribía