El hombre vestido de lino que estaba por encima de las aguas del río levantó entonces sus dos manos al cielo y le oí que hacía este juramento por el que vive eternamente: 'Todo se realizará en un tiempo, dos tiempos y un medio tiempo. Todas estas cosas se cumplirán cuando el pueblo santo esté completamente aplastado y sin fuerzas.
Gritaba con fuerza: 'Rindan a Dios gloria y honor, porque ha llegado la hora de su juicio. Adoren al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales de agua.
Vuelvan a ti, Señor y Dios nuestro
la gloria, el honor y el poder, pues tú lo mereces.
Tú creaste todas las cosas,
y por tu voluntad existen y fueron creadas.
Amigos, ¿qué hacen? Nosotros somos humanos y mortales como ustedes, y acabamos de decirles que deben abandonar estas cosas que no sirven y volverse al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
¡Tú, Yavé, eres el Unico! Tú hiciste los cielos, los cielos de los cielos y todo cuanto contienen, la tierra y todo lo que tiene, los mares y cuanto hay en ellos; tú das la vida a todos, y ante ti se postra el ejército de los cielos.
Pues en seis días Yavé hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Sábado y lo hizo sagrado.
Tomen el ejemplo de Abrahán. Dios le hizo una promesa que confirmó con juramento y, como no había nadie más grande que Dios por quien jurar, juró invocando su propio Nombre:
Lo que es y que no podemos ver ha pasado a ser visible gracias a la creación del universo, y por sus obras captamos algo de su eternidad, de su poder y de su divinidad.
De modo que no tienen disculpa.
Mientras recorría la ciudad contemplando sus monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta inscripción: 'Al Dios desconocido. Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles.
Les dirás esta palabra de Yavé: Hice un juramento a la raza de Jacob, el mismo día en que elegí a Israel, me di a conocer a ellos en Egipto y les hice este juramento: Yo, Yavé, seré su Dios.
Los hice entrar en el país que les había prometido con juramento, pero inmediatamente, en cualquier alta colina, bajo cualquier árbol verde, se pusieron a ofrecer sacrificios, a depositar perfumes de incienso y a hacer libaciones.
Una vez en el desierto, sin embargo, juré que no los llevaría al país que les había prometido, a ese país que mana leche y miel, el más bello de todos los países.