Pues si todo eso tiene poder, más poder tiene la sangre de Cristo. Porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre.
Después de la ceremonia, Moisés recibió esta ofrenda de manos de Aarón y de sus hijos, y la quemó sobre el altar, junto con la ofrenda de aroma agradable que se presenta en honor de Dios, pues las dos eran ofrendas de consagración.
Allí tomará uno de los corderos, junto con el aceite, y realizará la ceremonia para entregar las ofrendas. Se trata de una ofrenda para hacer las paces conmigo.