Todos los servidores del rey y la gente de las provincias del rey, saben que para cualquier persona, sea hombre o mujer, que entre al patio interior del rey sin ser llamado, hay una sola ley: Debe morir, excepto aquél a quien el rey extienda el cetro de oro para que viva. Y yo no fui llamada para ir ante el rey en estos 30 días.
Sucedió que cuando el rey vio a la reina Ester, que estaba en pie en el patio, ella halló gracia ante él. El rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en su mano. Entonces Ester se acercó y tocó la punta del cetro.
Ester habló otra vez ante el rey. Cayó a sus pies y con lágrimas en los ojos le rogó que impidiera la perversidad de Amán agageo y el plan que tramó contra los judíos.