―Sal y ponte delante de mí, en la montaña, pues voy a pasar por aquí —le dijo el Señor. En ese momento, sopló un fuerte viento que azotó las montañas. Era tan terrible que hacía añicos las rocas y partía las montañas, pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto.
Moisés y Aarón pidieron otra audiencia al faraón y le dijeron: ―El Señor, Dios de los hebreos, pregunta: “¿Hasta cuando te negarás a someterte a mí? Deja que mi pueblo vaya y me adore.
Los funcionarios se presentaron delante del faraón, y le preguntaron: ―¿Vas a permitir que seamos destruidos completamente? ¿No sabes que todo Egipto está en ruinas? Deja que ese pueblo vaya y adore al Señor su Dios.
Los profetas de Dios», dicen ellos, «son simples charlatanes: muchas palabras y nada de autoridad divina. La condena con que amenazan caerá sobre ellos, no sobre nosotros».